Tuesday, September 10, 2013
Los lazos que nos unen
“Si no hay ley ni orden, ¿qué nos
mantiene juntos?”
Binyavanga Wainaina
No hace tantos años atrás que los
criminólogos que analizaban la conducta de los miembros de la mafia italiana se
sorprendían de que personas violentas que ordenaban o ejecutaban robos,
extorsiones u homicidios, acudieran puntualmente a misa todos los domingos.
Hay quien explica que todos los mafiosos
trabajan en el crimen organizado pero también
quieren disfrutar de la vida como cualquier ciudadano. Es decir, desean
gozar tanto de las ventajas de vivir en la ilegalidad como de las que
proporciona vivir dentro de la ley. Por eso los vemos con sus familias en bodas
y fiestas de quince años, en restaurantes y cines, en bancos, bautizos y
velorios. Y me gustaría decir que también van a las obras de teatro y los
museos, pero los nuestros, los mafiosos sinaloenses, parafraseando a George
Bernard Shaw, pasan de la barbarie a la decadencia sin detenerse en la cultura.
Claro que el hecho de que vivan entre
nosotros no siempre significa que quieran pasar desapercibidos. Por el
contrario, en ocasiones quieren ser reconocidos por su dinero, casas, carros,
mujeres, corridos, arrogancia, fiestas o simple y sencillamente por su
vestimenta. Son estas actitudes las que se asimilan en la cultura popular o por
los buchones “pirata”, burdas imitaciones de los originales.
¿Por qué razón hemos tolerado durante
tanto tiempo esas actitudes? Por conveniencia, corrupción, miedo, indiferencia,
tú dime paisano. Y no digamos que sólo la autoridad lo ha hecho, no nos
engañemos ni vayamos por lo fácil, los toleramos todos, gobierno y sociedad.
Todos vivimos juntos.
Habrá sociólogos que nos digan que
mafiosos y policías salen de los mismos espacios y segmentos sociales, que
todos son producto de la pobreza o la desigualdad. Aunque hay mérito en esta
idea, no alcanza a explicar los crímenes de cuello blanco cometidos por
banqueros, economistas y gerentes de empresa.
¿Y si todo fueran variaciones de cómo
somos? Si la familia es la base de la sociedad, como se nos repite hasta que la
frase termina en slogan, también son los valores familiares de respeto,
solidaridad y fraternidad los que orientan a muchas organizaciones criminales.
Cuántas veces hemos escuchado que la yakuza
japonesa o las tríadas chinas obedecen a jerarquías bien definidas, por no
hablar de la famosa omertá siciliana.
No estoy afirmando que hay méritos
insospechados en las bandas de delincuentes, o que ser mafioso es igual a ser
hombre de valores familiares. Más bien me refiero a que las mismas estructuras que
nos definen culturalmente son empleadas por los delincuentes para organizarse.
Y no decidieron emplearlas de manera intencional, eran lo que conocían, igual
que cualquiera de nosotros.
Por eso los criminales bailan en las
fiestas, ríen de los chistes, se persignan en misa y llevan a sus hijos a la
escuela por la mañana. Aunque es muy probable que no lo hagan por las mismas
razones o intenciones. Parece pues, que los hilos que componen el tejido
social, aquello que nos mantiene unidos, es también el origen de aquello que
amenaza con romper nuestra convivencia, cuando se deja guiar por la avaricia,
la desidia, el egoísmo.
Si viven entre nosotros, son como
nosotros e interactuamos con ellos, consciente o inconscientemente, ¿es posible
distinguirnos de ellos? Por supuesto que sí. Pero eso significa que deseamos
distinguirnos de ellos. Y ahí es donde la puerca tuerce el rabo. No todos
deseamos hacerlo. Hay quien se beneficia de esas relaciones, aprovecha las
cercanías o al menos presume supuestas amistades.
Esto me hace pensar que, si la cultura
del narco ha permeado entre la sociedad sinaloense, estamos obligados a crear
un movimiento contra-cultural que sea su antítesis. Que dialogue, cuestione,
critique, derrumbe y destruya la cultura del narco.
Por eso propongo algo radical, algo
insólito, algo fuera de toda lógica. Propongo que los nuevos revolucionarios de
la contra-cultura sean lectores, melómanos, gastrónomos, cinéfilos, escritores,
dramaturgos, actrices y actores, moneros y todo aquel que se preocupe, con sencillez
y decoro, de entender a la humanidad.
Seamos como bacterias, infectemos la
cultura del narco desde dentro. Escuchemos a Tin Tan y el Piporro. Contagiemos
la lectura. Vayamos más allá del cine gringo. Y hagámoslo con prudencia, uno a
la vez, demos la batalla en silencio, convenciendo y convirtiendo. Empecemos
hoy, para que en veinte años los preocupados sean ellos.
Labels: contra-cultura, crimen organizado, cultura del narco, mafia