Friday, April 11, 2014
Detener al Chapo en el fin del mundo
“…
cada detención no es sino una desmitificación que
transforma
al otrora criminal en un ser insignificante.”
Petros
Márkaris
El británico Centro de Estudios JORVIK
anunció que el 22 de febrero ocurriría, de nuevo, el fin del mundo. Los
antiguos escandinavos denominaban a este suceso Ragnarok, el momento en que los
dioses morían y el mundo se destruía. Thor caerá envenenado después de
enfrentar a la serpiente Jörmungandr y Odín será devorado por el lobo Fenrir.
Como parece ser evidente, ese sábado no
se acabó el mundo, al menos no para todos. Para Joaquín Guzmán Loera la
historia parece haberse confirmado. Ese día fue detenido por la madrugada en la
ciudad de Mazatlán. Sus captores, elementos de la Marina.
Acabó de esa forma una etapa del mito
que rodeó al Chapo Guzmán e inició la realidad cruda, descarnada, que se filtra
a pesar de los bombos y los platillos, que se hace visible a pesar de que los
reflectores posan sus luces en otros escenarios.
Primera reacción. Sorpresa e
incredulidad. Era sábado por la mañana y mientras los patinadores de las
Olimpiadas de Sochi presentaban su gala, la noticia de la captura se fue
filtrando en las redes sociales. La gran mayoría señalaba a la agencia de
noticias AP como la primer fuente en confirmar la detención.
Segunda reacción. Felicitaciones. Aún
sin ser confirmada plenamente por las autoridades federales, llegó la primera
por parte de Felipe Calderón. Como el marido engañado que públicamente reconoce
a quien captura a su corneador y de esa manera evidencia su propia incapacidad
para evitar la burla y castigar a quien lo deshonra.
Tercera reacción. Videncia. No sólo era
importante anunciarlo, también era necesario mostrarlo. No como a Abimael
Guzmán, mostrado a la prensa enjaulado, vestido de preso como Los Chicos Malos de los viejos cómics de
Mickey Mouse. No. Había que presentarlo vivo, sometido, pero no humillado ni
golpeado. Estamos en los albores del nuevo sistema acusatorio, después de todo.
Después llegaron otras reacciones con el
transcurso de los días. Algunas esperadas, como los analistas que afirman que a
pesar de lo importante de la detención, la organización criminal no dejaría de
existir, mucho menos de operar. Otras nos tomaron por sorpresa.
La manifestación de cientos de personas
que desfilaron por las calles de Culiacán exigiendo la liberación del Chapo fue
vista con incredulidad al principio, asombro después y finalmente con
vergüenza. Nos recuerda, como le dijo Javier Valdéz a Carmen Aristegui, que
nuestra sociedad sinaloense es adicta al narco. No sólo a las drogas, sino a al
dinero, al abuso, el desmadre, las armas, poder, violencia que se generan en el
narco.
La economía del narco es de un
capitalismo salvaje, sin reglas ni restricciones. Donde el único darwinismo que
priva es la prevalencia del más fuerte y en la cual, la violencia es opción
para ganar dinero, salir de pobre y morir jóven. Preferible, para muchos,
frente a la perspectiva de ser jodido toda su vida.
La cultura del narco dejó de ser
marginal hace mucho tiempo. La ignoramos y creció. La despreciamos y creció. Se
incubó en nuestras colonias, en nuestra música, en nuestra vestimenta, nuestro
hablar, restaurantes, profesiones e instituciones. Fracasamos las
universidades, iglesias, asociaciones de servicio, iniciativa privada,
gobierno, todos los gobiernos. Fracasamos todos.
El narco es una herida que nos divide y
no cierra. No puede cerrar. La herida está infectada y llena de podredumbre.
Por eso la pús sale a la calle y exige más narco. Sí Malayerba, somos adictos.
La historia del Ragnarok se encuentra
registrada en la Edda Menor, libro curioso que en una parte se pregunta ¿cómo
debemos referirnos a un hombre? Y responde: en términos de su trabajo, de lo
que aporta o recibe, o bien en términos de sus bienes, tanto de los que obtiene
como de los que se desprende.
Si intentamos emplear estos consejos
nórdicos, podemos referirnos a Joaquín Guzmán Loera como el jefe del narco,
quien dicta la muerte, el millonario del dinero ensangrentado, el proveedor de
veneno. El Chapo no es Robin Hood, no es Chucho el roto. El Chapo no es el
narco bueno entre un grupo de criminales.
El Chapo es un delincuente. Tráfico de
drogas, delincuencia organizada, portación ilegal de armas, acopio y
almacenamiento de las mismas, cohecho, son algunos de los cargos que ahora
enfrenta en México y los EE.UU. Pero no lo hizo sólo. Tiene cómplices, muchos
cómplices.
Para que la herida sane debe salir toda la
pús. Toda. Hay que investigar y procesar a quienes lo protegieron desde el
gobierno, a quienes lo ayudaron a lavar el dinero, a quienes lo ocultaron y a
quienes lo informaban y transportaban. También a quienes se beneficiaron de su
dinero a sabiendas del origen. Desde que
se fugó y hasta su captura. Hay que castigar a todos los cómplices, todos los
policías, todos los gobernantes que aceptaron sus sobornos.
Sólo cabe esperar paisano, que ni desde
el poder ni desde el barrio, trivialicemos esta historia. Ojalá y a nadie se le
ocurra hacer una película y titularla ¡Atrapen al Chapo! O en inglés Get
Shorty! Espera, esa ya la hicieron. A ver si no quieren pintar al Chapo estilo
Chili Palmer.
Son muy capaces paisano, muy capaces.
Labels: Chapo Guzmán, Chili Palmer, Get Shorty, Joaquín Guzmán Loera, Ragnarok