Friday, April 11, 2014

 

¿Meretriz feliz?



Para Guadalupe Morfín


El pasado 5 de marzo el diario The Nation publicó un extracto del libro Playing the Whore: The Work of Sex Work de Melissa Gira Grant, cuyo argumento central consiste en establecer que las trabajadoras sexuales realizan precisamente un trabajo y por tanto son merecedoras de los derechos inherentes a ello.

Y por trabajo sexual no solamente entiende el que realizan las prostitutas en las esquinas de las calles, sino también las bailarinas de table dance, quienes atienden en establecimientos de masaje o bien tienen sus sitios de internet o son acompañantes tipo escort.

En el mismo medio, el 2 de abril, Katha Pollit criticó los conceptos vertidos por Melissa Gira Grant. Dice que antes la izquierda consideraba a la prostitución como algo malo y las mujeres que vendían sexo eran consideradas víctimas, forzadas por las circunstancias a vivir dentro de un doloroso y humillante contexto, del cual las salvaría el socialismo.

Ahora, continúa Pollit, vender sexo se considera sólo como un trabajo sexual, “si uno sugiere que las mujeres que lo realizan son algo menos que agentes libres, incluso ‘empoderadas’ si obtienen suficiente dinero, te ven como un mojigato.”

El problema no radica en exigir respeto a las mujeres que ofertan sus servicios sexuales o reclamar para ellas el trato digno que merecen o demandar el ejercicio de sus derechos laborales. El problema es suponer que todas ellas se encuentran en una situación de igualdad al momento de ser contratadas, lo que les permite fijar de común acuerdo las condiciones de trabajo.

Si creemos a ciegas en este supuesto, deberemos concluir que la contratación de jóvenes mujeres que a nombre del dirigente del PRI en el DF, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, se hacía con el objeto de que proporcionaran, entre otros servicios, compañía sexual para el líder político, fue tan sólo un contrato de trabajo.

Nada más lejos de la realidad. En nuestro país, las condiciones económicas y sociales parecen confirmar que la mayoría de las mujeres que se introducen a los negocios del sexo no lo hacen en circunstancias de fijar las condiciones laborales implícitas en la prestación de sus servicios: horarios, sueldos, prestaciones.

Más bien encontramos en estos ámbitos situaciones de explotación. Los negocios del sexo son eso precisamente, negocios en los cuales se busca maximizar las ganancias, aunque ello implique comprimir la dignidad humana y vender el cuerpo de otra persona envuelto en promesas de fantasías.

Tal vez en ningún caso la explotación sea tan evidente como en la trata de personas. Sobre este tema, el pasado 12 de febrero el Senado envió a la Cámara de Diputados un proyecto de reformas a la ley general de trata de personas de nuestro país.

En la discusión pública de estas reformas, la senadora del PAN, Angélica de la Peña, en el programa radiofónico de Carmen Aristegui transmitido el 4 de abril de este año afirmó que “debemos tener muy claro cuál es la prostitución ajena y cuál es la prostitución voluntaria … no podemos, en una ley penal, estar criminalizando la prostitución voluntaria”.

Tanto la ley actual como el proyecto de reformas tocan el tema de la prostitución ajena como una de las formas de explotación que constituyen la finalidad de la trata de personas. En la visión de la senadora De la Peña existe además una prostitución voluntaria que no debe ser contemplada como forma de explotación, ya que es, por supuesto, voluntaria.

Dice Katha Pollit que esta forma de pensamiento implica la aceptación de la existencia de privilegios masculinos puesto que la prostitución voluntaria opera bajo el entendido de que los hombres tienen derecho a pagar por sexo, excluyéndose de la forma natural en que los seres humanos tienen relaciones sexuales, atrayendo a su pareja, para no decir que pagar también los excluye de dar placer a la mujer.

Pollit tiene razón al afirmar que el cliente de la prostitución voluntaria compra una fantasía, la de que existe una mujer que desea exactamente lo que él quiere. ¿Qué pasaría si no pudieramos comprar la fantasía? ¿Nos obligaría a mejorar como hombres?

¿Y tú paisano, vives tu fantasía de poder cuando vas al table?

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