Thursday, November 29, 2012

 

¡Ay Justicia ya no eres diosa! Pero sigues siendo ciega

Pocas palabras evocan tantos significados y convocan a tantas personas como justicia. Quizás en ese selecto grupo la acompañen democracia y libertad. Justicia tiene tantos contenidos que hay quien afirma que es una palabra hueca y cada quien le asigna el significado que quiere. Precisamente por ello no puede decirse que la justicia es coto exclusivo de abogados o políticos. La justicia, al menos como producto cultural, concierne a todos. Entre los pueblos griegos de la antigüedad las diosas de la justicia fueron numerosas: Hécate, entre muchos de sus atributos, figuraba como espíritu vengador de las mujeres heridas. Némesis era la justicia retributiva y guardiana del equilibrio universal. Atenea, nacida del cráneo de Zeus, representaba la justicia racional, lógica, coherente. Themis, la diosa de las leyes eternas y los ojos vendados, así como Niké, su hija, que representaba a la justicia terrenal que todo lo veía. En cualquiera de sus formas la justicia era un aspecto de la divinidad, el ser humano debía solicitar su intervención para orientar sus decisiones. Los romanos, prácticos por encima de otras cosas, decían que la justicia consistía en dar a cada quien lo suyo. Esta es una definición de tribunal que presupone averiguar qué es lo suyo de cada quien. Es decir, para que un juez dé a una persona lo suyo, primero debe establecer qué es eso suyo y por qué es suyo. Esta justicia humana tiene una fuerte presencia del concepto de propiedad. El cristianismo coloca a la justicia como uno de los atributos de Dios. Con ello, la idea de una justicia guía, que constituye un valor para orientar la conducta de los hombres, se reafirma. Además, gana terreno la concepción de una justicia divina, basada en normas eternas e inmutables, distinta de la justicia humana, voluble y errática, fundada en leyes temporales y cambiantes. A partir del siglo XIX se abre paso la dimensión social de la justicia. Se habla de relaciones con la distribución de la riqueza, los derechos humanos, las estructuras y formas de producción. Además, se incorpora la desmitificación de los jueces y tribunales, iniciada por el humor popular, y se critica su actuación tanto desde el punto de vista teórico como el práctico. La pregunta ¿qué es la justicia? acompaña a muchas personas durante toda su vida. Hans Kelsen al tratar de responderla concluyó que no podía aspirar a conocer la justicia absoluta sino la relativa, su justicia, y por ésta entendía “aquello bajo cuya protección puede florecer la ciencia y, junto con la ciencia, la verdad y la sinceridad. Es la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia.” Hace décadas que en México la justicia está en crisis. En numerosas ocasiones carece de credibilidad, la corrupción corroe sus entrañas, parece que no responde a sus responsabilidades sociales. Con frecuencia vemos expuestos públicamente sus errores y se critica hasta el cansancio la decisión que no se apega a la postura de los incansables “opinólogos” profesionales. Pero también la justicia de Kelsen está en entredicho, esa justicia personal, propia de cada quien. Nuestra vivencia personal de la justicia deja mucho que desear. La “ajena” violencia intrafamiliar, la “inocua” burla hacia los diferentes o la apatía “neutral” hacia los acontecimientos sociales, son indicadores que nos alertan sobre la deshumanización de la justicia. El desapego familiar justificado en el cansancio eterno de las jornadas laborales o el reclamo de los padres de que ellos también tienen derecho a disfrutar. Esta abulia frente a lo que significa vivir en comunidad, ha hecho ya que muchos de nuestros hogares sean el sitio primario de agresiones verbales, físicas y sexuales. ¿Qué hacemos cada uno de nosotros en nuestra parcela de justicia? ¿Por qué preferimos mirar la casa de enfrente para emitir juicios inapelables? ¿Qué deseamos realmente cuando gritamos que queremos justicia? Hace algunos años atendí a una pareja ya mayor que tenía quejas sobre una averiguación previa y los ministerios públicos. El problema derivaba de un conflicto con su vecino. Ambas partes se habían denunciado mutuamente. Los señores no se sentían satisfechos con el trabajo de ninguno de las cuatro agencias del Ministerio Público que sucesivamente habían llevado el trámite de la indagatoria a pedido de ellos. Al final manifestaron que deseaban que otra agencia prosiguiera su caso, pero que lo que verdaderamente querían era saber cómo se iba a resolver el asunto. Dirigiéndome al señor le dije “mire amigo, tanto el expediente suyo contra su vecino, como el de su vecino en contra suya se van a resolver conforme a derecho”. El señor se dejó caer encorvado en su asiento. Con su mano derecha levantó la parte posterior de su sombrero haciendo que el ala delantera se clavara hasta las cejas y se rascó la nuca. Después de unos segundos me dijo “pues eso está muy mal señor Procurador”, lo que me causó sorpresa y una sonrisa. “No lo entiendo” le respondí, “casi siempre el reclamo que escucho y la petición que nos hacen es que los casos se resuelvan conforme a derecho, pero eso no está bien para usted”. Entonces, con voz de preocupación dijo “es que si resuelven conforme a derecho me van a meter a la cárcel y eso está muy mal”.

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