Friday, October 04, 2013

 

¿En serio somos iguales?




Oye paisano, si te preguntaran quién fue la primer mujer de Adán, de seguro responderías que fue Eva, porque eso es lo que dice la Biblia. Pero qué dirías si supieras que hay una tradición rabínica que habla de una compañera anterior llamada Lilith, creada de la misma manera que él y en todos sentidos su igual. Pero ellos no fueron felices para siempre, ya que Adán deseaba copular yaciendo encima de ella, lo cual disgustaba a Lilith, quien le reclamaba preguntando "¿por qué he de acostarme debajo de ti si yo también fui hecha de polvo? por lo tanto soy tu igual". Cuando Adán la quiso obligar Lilith enfurecida dijo el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó. Creo que después de semejante alboroto, a Yahvé no le quedó más remedio que darle al primer hombre otra pareja y esta vez, para que no quedara lugar a duda en las jerarquías, la materia prima para hacerla fue una costilla del propio Adán.
Esta es una historia muy interesante y habrá quien quiera dejarla en mera anécdota, pero encierra una verdad que no podemos ocultar: de una y mil maneras, los hombres hemos buscado justificar una aparente superioridad frente a las mujeres. Tal vez lo hicimos por comodidad, para no tener que pasarnos los días en las cuevas cuidando a los bebés cavernícolas, o por flojera para evitar las arduas labores agrícolas, porque aquello que verdaderamente disfrutábamos era salir de caza y tal vez, al mismo tiempo, salir de casa.
                                         
O es posible que, actuando como verdaderos cavernícolas, hayamos empleado la fuerza, la amenaza, la violencia. Claro que sería injusto juzgar a nuestros antepasados bajo una visión "moderna", colocándonos a la distancia en una posición de aparente jerarquía moral. Pero lo cierto es que, de una manera o de otra, construimos historias, leyes e instituciones para perpetuar el discurso de la superioridad varonil.
Y si no me crees, aquí te van algunos ejemplos. ¿Cuántas veces no te has desesperado acompañando a tu esposa, novia o amiga mientras compra zapatos? Más de una, lo sé, yo también he estado ahí. No hace mucho, en las interminables cadenas de correos electrónicos que Don Oscar González Lara envía a sus conocidos, encontré una gráfica que, según sus autores, reflejaba la trayectoria recorrida por hombres y mujeres para hacer una compra. La gráfica del varón dibujaba una sola línea entre su llegada al centro comercial y el acceso al negocio donde encuentra lo que busca, por el contrario, la gráfica de la mujer dibujaba una sola línea hasta la entrada a la plaza, pero de ahí en adelante se convertía en una madeja de hilos que recorrían y se enredaban en cada tienda de Forum. Menuda broma. Claro que muchos antropólogos nos dirían que las habilidades para escoger, seleccionar y discriminar de las mujeres, están relacionadas con el importante papel que tuvieron en el desarrollo de la agricultura, en particular al diferenciar las semillas buenas de las malas.
Por otro lado, encontramos los "inocuos" chistes. Le atribuyen a George Bernard Shaw el haber dicho que las mujeres eran seres de cabellos largos e ideas cortas; a lo cual las mujeres podrán responder preguntando ¿en qué se parecen los hombres a los espermatozoides? en que de cada diez mil, sólo uno sirve. Como dijo Alan Moore a través de Rorschach en Watchmen: "Todos ríen. Suena el tambor. Cortinas."

Más allá de cualquier trivialización cómica, el problema es preocupantemente real. Mujeres y hombres no somos iguales. Y no me refiero a las obvias diferencias fisiológicas o psicológicas, sino a las maneras inequitativas que hemos construido para que el ejercicio de los derechos de la mujer se dificulte en comparación con las prerrogativas de los varones. Sí paisano, no te hagas, por mucho que recitemos o repitamos el concepto de igualdad, hombres y mujeres no hemos terminado de ser iguales. Y es que ser iguales, a lo mejor lastima nuestro orgullo. O tal vez sea que los hombres colocamos el orgullo entre nuestras piernas. No lo .

El caso es que si consideras a las mujeres como personas que no pueden o no deben realizar algún tipo de tareas o piensas que deben vestir en cierta forma o crees que no deberían leer algunos libros o ver una clase de películas, pues bien, entonces estás actuando como si fueras superior y te correspondiera censurar las actividades de otro ser humano.

Convivir con otra persona nunca es sencillo porque el interactuar nos interpela a cada paso. En particular, enfrentarnos a visiones femeninas nos obliga a replantearnos quiénes somos y cómo actuamos. No hace mucho, mi hija decidió que el deporte de su preferencia eran las “porras”. No son las tradicionales que conocemos, de pompones y gritos de apoyo a un equipo, o sea, no son las “vaqueritas” de Dallas (único aspecto en el que superan a los acereros). Más bien se trata de verdaderas atletas de capacidades gimnásticas sorprendentes. Y sin embargo, sus profesores de educación física y sus compañeros les insistían en que no es un verdadero deporte como el fútbol. Al finalizar el ciclo, el equipo femenil de porras se coronó como campeonas nacionales en su categoría, mientras que el equipo de fútbol varonil pasó sin pena ni gloria.

No cabe duda, todavía nos hace falta mucho ¿verdad paisanas?

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