Wednesday, November 13, 2013

 

La ciudad sin remedio

Culiacán 1895


A medio camino entre realidad y mito, muchas ciudades de Sinaloa se perciben como entornos de desesperanza. Esta circunstancia ha sido parte de su vida desde hace ya muchos años. ¿Quién no ha sufrido algún comentario despectivo cuando viaja y el funcionario del retén, migración o aduanas se da cuenta de que venimos o vamos para Sinaloa? “Pase a revisión especial”, “¡abra sus maletas!”, “¿qué es lo que trae?”.

Recuerdo un compañero del DF que me persiguió por todo el pasillo de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho de la UNAM sólo para preguntarme si era cierto que todos los sinaloenses éramos marihuanos, a lo que respondí “tan cierto como que todos los chilangos son jotos” (sí paisano, ya sé que el comentario fue inapropiado, pero así salió).

Bien dice el dicho, cría fama y échate a dormir. Los sinaloenses nos hicimos fama de rudos, duros, entrones. Como el perro de Polo Polo pues, “grandes, peludos y cabrones”. Y como somos alegres, presumidos y gritones, pues no fue difícil apantallar a más de alguno. Aunque en realidad, bueno, pues no somos ni más valientes ni más cobardes que los demás.

Esta construcción colectiva dejó de ser solamente una aparente característica de los sinaloenses y empezó a vincularse con la actitud de los gomeros y narcotraficantes. Súmele ahora la indumentaria, joyas, carros, música, etcétera y tendrá el estereotipo clásico que domina la imaginación colectiva de muchos mexicanos cuando piensan en un sinaloense.

Pero además, la idea se hizo popular entre nosotros. Andar de cabrón con pisto, morras, armas, droga y camioneta pasó a ser cool. Y cuando dos cool se encuentran, en muchas ocasiones, nos salen los antecedentes antropológicos y la territorialidad del macho da lugar a la violencia. Y con ello se refuerza la idea colectiva del “sinaloense”. A todo esto hay que agregar la frecuencia de crímenes que se cometen y la difusión que reciben. La corrupción endémica y los no poco frecuentes casos de impunidad, particularmente en asuntos de relevancia social.

Vistas en conjunto, todas estas variables inciden en el fenómeno de criminalidad que vivimos los sinaloenses y nos lleva a preguntarnos ¿realmente tienen remedio nuestras ciudades?

El huracán Manuel dejó a la vista los errores y corrupción en materia de urbanización, nuestro sistema de transporte público es, en muchas vías, un verdadero desastre, la atención médica no llega a todos y tampoco lo hace la educación. Todos ellos son temas de seguridad.

Durante mucho tiempo, la visión de la seguridad pública se reducía a proponerse disminuir el número de delitos o contener los hechos violentos que ocurrían principalmente en las zonas urbanas. No obstante, tras el fracaso de estos esfuerzos fragmentados, fue creciendo la noción de que las soluciones deberían ser totales. Así, fue gestándose el concepto de seguridad ciudadana, como una política integral de acción para incrementar el sentido de ciudadanía democrática (y por tanto, participativa), disminuir el temor al delito y reducir la incidencia delictiva.

Bajo esta concepción, las estrategias de prevención son integrales e incluso, en lo específico, pudieran centrarse en actores no gubernamentales. Además, prestan gran atención a la participación comunitaria en la toma de decisiones políticas y fomentan la fortaleza de las instituciones democráticas. Si le preguntan a un político les responderá que éste enfoque ya opera en Sinaloa. Diremos nosotros, claro, en el discurso. Porque en la realidad siempre ha sido efímero y aislado.

Incluso hay quien habla de pasar a una visión de seguridad humana, que consiste en sumar a la prevención y persecución del delito la necesidad de contar con una nueva estructura que combine los programas de paz y seguridad, desarrollo y derechos humanos para enfrentar lo que la ONU llama las nuevas amenazas: pobreza crónica y persistente, conflictos violentos, cambio climático, trata de las personas, pandemias, así como crisis económicas y financieras.

En otras palabras, el centro de las políticas de seguridad deben ser los derechos humanos, tanto los individuales como los colectivos, para responder a los retos que amenazan la subsistencia y la dignidad de las personas, sin las cuales no pueden existir la paz, el desarrollo y el progreso humano.

Esta visión tampoco existe en nuestro estado. Porque eso implicaría la presencia de estadistas en el gobierno y actores sociales visionarios, y parece que unos y otros andan escasos, o, en el mejor de los casos, cada quien va por su lado.

Culiacán, Los Mochis, Mazatlán, Navolato, Guasave, Guamúchil, no son Sodoma ni Gomorra. Incluso si lo fueran merecen la piedad que Yahvé les escatimó, pero que el escritor checo Karel Capek expresó muy bien en su libro de cuentos “Apócrifos”: “¿Qué es Sodoma? Decís que es una ciudad viciosa. Pero cuando los sodomitas luchan, no lo hacen por sus vicios, sino por algo que fue o que será mejor. Hasta el peor puede sacrificarse o caer por los demás. Sodoma somos todos nosotros.”

¿Realmente tienen remedio nuestras ciudades? Sí. El remedio somos todos nosotros. ¿No lo crees paisana?

Labels: , , , , , , ,


Comments: Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?