Wednesday, November 13, 2013

 

Violencia y paz



Si la ciudad ha de tener remedio, debemos comprender sus espacios y caminos de violencia. Dice Haruki Murakami en After Dark que a veces no los vemos porque no los transitamos y luego, agrego yo, nos reconfortamos en la ausencia de agresiones hacia nosotros o nuestro círculo más cercano. En otras palabras, no me preocupa tanto vivir en una ciudad que muchos perciben violenta porque a mí nunca me ha pasado nada.

Claro, el ignorar la violencia no acaba con ella. El que, en apariencia, no me afecte no significa que se reduzca. Si no la veo, es probable que no haya aprendido a mirar. Y si creo que no me ha tocado, tal vez esté en un error.

Hace algunos años, un autor noruego, Johan Galtung, afirmó que la violencia directa, física o verbal, es sólo la punta del iceberg y no refleja la totalidad del problema en sí. Porque debajo de ella se encuentran dos formas de violencia mucho más peligrosas: la violencia estructural y la violencia cultural.

De acuerdo con esta visión, los asesinatos, robos, amenazas, violaciones, abusos de autoridad y demás crímenes que ocurren en la entidad, siendo muy preocupantes, no son la manifestación más grave de la violencia. A estas agresiones las arropa un conjunto de pautas y creencias culturales que justifican a la violencia directa y a la violencia estructural. Se trata por ejemplo de la aceptación del machismo o la resignación ante las conductas prepotentes de narcos y policías.

En casos extremos, la violencia cultural puede llegar a utilizarse para aprobar posturas extremas como la guerra santa, que abre campo para ciertas clases de actos terroristas, o el dominio del macho en las relaciones de género. Este tipo de violencia se teje a partir de una amplia gama de valores que asumimos desde niños y que luego se refuerzan con las normas de la sociedad. Esto es muy grave en sociedades que no están desarrolladas en la democracia, ya que abonan a una cultura opresiva que no tolera la crítica y nos convierte en ciudadanos privados, pasivos y nada solidarios.

El problema para luchar contra este tipo de violencia consiste en salir de la visión que su propia cultura propone, es decir, abandonar la creencia de que al conflicto violento sólo se le puede combatir con violencia. Por tanto, busca alternativas que no rehúyan al conflicto, pero que propongan salidas pacíficas, con participación social democrática, ancladas en el respeto a los derechos humanos.

Por su parte, la violencia estructural constituye un riesgo aún más grande, ya que atenta contra las necesidades humanas básicas: supervivencia, bienestar, libertad, identidad, seguridad. Involucra, por lo general un conflicto entre dos o más grupos sociales que se encuentran vinculados en una relación de inequidad que se traduce en vulnerabilidades para uno de ellos. El grupo vulnerable lo puede ser en razón del género, edad, nacionalidad, etnia, etcétera.

El núcleo del conflicto es una disputa por el acceso, reparto o posibilidad de uso de recursos o derechos, que en la gran mayoría de los casos es resuelto a favor de la parte privilegiada y en perjuicio de los grupos vulnerables, debido a los mecanismos que mantienen el status de la estratificación social. Se consideran casos de violencia estructural aquellos en los que el sistema (económico, de gobierno) provoca hambre, miseria, enfermedad o incluso muerte, a la población.

Los tres tipos de violencia forman un entramado en el que se invocan unos a otros y hacen que cualquier solución definitiva sea en extremo complicada. Pero cualquier esfuerzo por resolver la violencia debe abrevar, por necesidad, en la paz. Claro, entendiendo que la paz no es una especie de Campos Elíseos que se define por la ausencia de conflictos. Al contrario, la paz es un proceso que debe ser construido por todos nosotros.

La Asamblea General de la ONU, en su resolución número 53/243, de fecha 6 de octubre de 1999, aprobó la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz. En él se define a dicha cultura como el conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en el respeto a la vida y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación.

De dicho documento se puede extraer un programa de acción en el que se contempla promover la cultura de la paz por medio de la educación, el desarrollo económico y social sostenible, el respeto de todos los derechos humanos, garantizar la igualdad entre mujeres y hombres, promover la participación democrática, la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.

¿Suena como un mundo ideal, verdad paisana? Tal vez sea porque en este preciso momento estamos tan lejos de lograr la paz, que ni siquiera alcanzamos a ponernos de acuerdo en cómo y cuándo iniciar. Pero no nos abandonemos a la desesperanza, construir la paz nunca es sencillo pero siempre vale la pena.

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